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Siete razones por las cuales Apocalipsur es una película de culto


Es la primera vez que el aquí firmante se atreve a escribir sobre cine. Y el cine está entre las miles de cosas que me gustan pero hago mal, como jugar fútbol, tocar algún instrumento musical o hablar con mujeres. Con el perdón de los estudiosos del tema y de mis colegas realizadores, estos siete puntos pretenden erigir a Apocalipsur, de Javier Mejía, como una película de culto. Y subo la apuesta diciendo que está entre las pocas cintas colombianas que se merecen tal apelativo.

Antes de entrar en materia estaría bueno definir qué es una película de culto. Según la wiki, es la película "que ha adquirido alguna clase de culto popular, ya sea por su formato, su producción, su trama o su significado histórico". Estuvo lejos de ser un éxito en taquilla -casi 27.000 espectadores cuando se estrenó, en 2007- pero representa un momento histórico que nos marcó a todos los que por lotería karmática nos tocó nacer y vivir en Medellín.


1. Víctimas y victimarios unidos

Caliche es el hijo de un narcotraficante preso y el Flaco es el hijo de una juez amenazada. Ambos se conocen estando secuestrados en una caleta. El montaje alterno que tiene esta película deja ver que la historia empieza allí. También nos deja la primera conclusión de la película: no hay buenos totalmente buenos ni malos totalmente malos en esta guerra, como no los hay en ninguna. Los buenos y malos sin matices solo existen en las películas infantiles.

Si hacemos un recuento superficial de las películas que hablan directa o indirectamente de la violencia y el narcotráfico, sea cual sea la época, podemos ver dos puntos de vista muy claros. En uno se cuenta la historia de la víctima como en Crónica del fin del mundo, Rodrigo D: no futuro, María llena eres de gracia, La virgen de los sicarios o Rosario Tijeras. En otro, la historia es la del victimario como en El rey, Amores peligrosos, Sumas y restas, El cartel de los sapos o Perro come perro.

¿Cuál es el punto de esta comparación? Apocalipsur no cabe del todo en ninguna de las dos. No hay historias de auge y caída, no hay exaltación vulgar de la cultura narco, no hay buenos y malos solamente ni víctimas lastimeras. En la guerra todos ponen y todos pierden.


2. La construcción de lugares

Querido lector: ¿no ha visto la película y no conoce Medellín? Le imploro que no lea este punto.

Confieso que esta película me la repetí un centenar de veces y muchas de esas veces hice el ejercicio de identificar las locaciones de la película. Y claro, para uno como espectador es fácil sentarse y pontificar, pero construir los espacios de ciudad de una forma tan compleja tiene su mérito. Y no porque se haya grabado todo en diversas locaciones.

De hecho esto es bastante común: en un cortometraje universitario donde participé se usó una casa en Envigado con una terraza en Manrique para armar un mismo espacio. La cosa es que aquí simplemente lo llevaron a otro nivel: Barrio Antioquia, en la película, queda en una loma que parece Moravia después de andar en cicla por Laureles y la Autopista Sur. Sin contar el viaje al aeropuerto: un solo recorrido cinematográfico que se armó con tomas de la Medellín-Bogotá, Santa Elena y Las Palmas.

¿Y quién carajos se dio cuenta fuera de Medellín? Exacto: nadie. Funcionó y funcionó muy bien.



3. Es el mejor ejemplo de una road movie colombiana

Las road movies o películas de carretera han sido objeto de estudio por parte de muchos teóricos y cineastas, donde algunos lo ubican como un simple subgénero y otros como todo un discurso sociocultural llevado a la gran pantalla. De nuevo voy a resumir muy macheteramente: la road movie es una película que tiene dos condiciones esenciales: 1. se desarrolla durante un viaje, usualmente por carretera y 2. los personajes sufren una transformación profunda entre el inicio y el final de dicho viaje.

¿Entonces Apocalipsur es una road movie? En mi humilde opinión, sí. Es obvio que el regreso del Flaco a Medellín, el recuerdo de cómo lo conocieron, las historias en común con él, las reflexiones sobre la convulsionada ciudad de la época y todas las peripecias del viaje hasta el aeropuerto van tocando fibras sensibles en el grupo de amigos y, de paso, en el espectador.

¿Que si es la primera road movie? No sé, siendo rigurosos una película de humor light como Colombia connection (1979) podría ser una. ¿Que si es la última? Tampoco: recientemente hubo películas como Apatía: una película de carretera (2012) o Sofía y el terco (2012) que, con mayor o menor éxito, rescataron la fórmula. ¿Entonces es la mejor? No sé, queda abierto el debate.


4. Y así mismo, es un viaje musical...

En el aspecto musical, la película colombiana que le da en la jeta a todos es Rodrigo D No Futuro (1990) que no solo habla de narcotráfico, violencia y marginalidad: aprovecha y muestra lo que era la escena under del momento y la rivalidad brava entre metaleros y punkeros de esa época. Salvando las distancias, Apocalipsur recogió el guante y volvió a poner en pantalla la música de inicios de los noventa.

Fíjense al inicio: una banda de punk siendo increpada por un tipo con chaqueta de cuero y el pelo de Leonel Álvarez. Hay una especie de pelea entre el vocalista y el metalero. Luego, la misma banda interpreta una versión rápida de El faltón de Carbure, legendaria banda local de heavy metal. La Medellín de los noventa era la Medellín del reviente, de la desigualdad, de las drogas. La calle estaba dura y la música también.


5. El país se derrumba y nosotros de rumba

Ya lo mencionábamos arriba: Medellín en los noventa no era ningún remanso de paz. En realidad no había lugar en Colombia o en Latinoamérica que lo fuera, pero por algo Medellín fue la ciudad más violenta del mundo. Se pagaban dos millones por policía muerto, los Pepes bombardeaban torres, Pablo Escobar huía de La Catedral y en el medio mucha gente se debatía entre esperar un milagro o pasar hambre.

Los jóvenes de esa época, a los cuales nadie les dio una oportunidad, sobrevivieron -por decirle de alguna manera- reventándose cada fin de semana en una discoteca o en un toque. Ninguna persona cuerda podía sobrevivir a ese ambiente de mierda sin evadirse con cualquier cosa. ¿Qué quedó de esa época? Los cementerios abarrotados de amigos y básicamente nada más. Esto queda reflejado en la película, casi de forma evidente. El apocalipsur llegó a Medellín y muchas veces amaga con volver.


6. Fue la despedida del Culebro y de Duni

Aquí vamos a hablar de dos personajes claves en la creación audiovisual colombiana que, si usted tiene menos de treinta años, de pronto no los va a ubicar. Hernando El Culebro Casanova y Dunav Kuzmanich se cruzaron por última vez en esta película. Para bien o para mal, fue la última de sus incursiones en el séptimo arte. Ambos fueron grandes y ya les explico por qué.

El primero fue uno de los actores más geniales de la TV colombiana. Se hizo grande en series cómicas como Yo y tú, Don Chinche y los sketches de El show de Jimmy. Sin embargo, se dio el ancho para hacer dramas como Embrujo verde o El caballero de Rauzán. El segundo, nacido en Chile, fue un prolífico director y guionista que dejó películas reconocidas a nivel mundial como Canaguaro, Ajuste de cuentas y Mariposas S.A.

Kuzmanich, quien hizo el diseño de producción de Apocalipsur, ya había trabajado varias veces con Casanova y lo convocó para un último proyecto. El Culebro murió en 2002 después de su participación en la cinta. Duni murió en 2008, ya retirado en Santa Fe de Antioquia. La historia de ambos merecía una despedida a la altura.


7. Es encantadoramente amateur

Que la considere una película de culto no hace que la considere la mejor película jamás realizada en esta tierrita. Ni siquiera eso la hace necesariamente buena: por ejemplo el culto a la serie B se fundamenta en el disfrute de lo malo, de lo barato, de lo feo. Sí, hay actuaciones que simplemente no convencen. Sí, el final es buenísimo pero no sabemos exactamente qué diablos flota en esa quebrada. De nuevo: pontificar desde acá es fácil. La cosa es que, a pesar de sus defectos, la historia, la ideología del director y todas esas sensaciones de la época nos quedan claras.

Dice Caliche que "Por Medellín nadie pasa impune", y puede que todo el crew de la película sea vivo ejemplo: se estrenó en 2007 pero se empezó a realizar desde 2001. Puede que la película caiga en lugares comunes o se vea ingenua por momentos, pero logra con creces su cometido. No es solo el hecho de llevar a buen puerto la realización de una película (se los dice por experiencia propia un director de cine fracasado) sino el qué se aprendió haciéndola. Hacer cine en Colombia no es para cualquiera.

En la actualidad no solo es vista por un nicho de público muy bien definido, gente que cree en este tipo de historias y se siente identificada. También es analizada reiteradamente en ambientes académicos y cinematográficos, como un discurso cultural que no se puede ignorar. La próxima vez que la pasen en Señal Colombia -que la pasan muy seguido-, hágase el favor de verla. No se va a arrepentir.